Son las 10:00 de la mañana en el municipio de Tierralta, Córdoba, y el sol atrapa con vehemencia todo el paisaje andino-caribeño. Leo se baja de una mototaxi, y antes de cruzar la calle mira para ambos lados. Las esquinas del pueblo están atiborradas de campesinos e indígenas embera katíos, quienes hacen filas para recibir atención en las oficinas del Estado.
Leo lleva una camiseta blanca con un arcoíris estampado, camina erguido, dando pasos cortos, contundentes. En los rostros de los transeúntes aparece la figura de la burla y la extrañeza.
Dos hombres pasan en una moto y gritan “marica”, luego, se alejan riéndose. Leo, quien se nombra frente al mundo como un hombre gay indígena, perteneciente a la etnia embera katío del Alto Sinú, se dirige a su oficina, en el centro del municipio, desde la cual coordina el colectivo indígena LGBT Ojurubi. Allí lo esperan otros chicos gays emberas para entregarle varios metros de telas coloridas, los cuales regalará a su madre cuando viaje a su casa en Amborromia, una comunidad indígena ubicada al lado del río Sinú...